CuentoEstructura del Pensamiento

Correr “Al Viento”

By 9 diciembre, 2019 No Comments

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Cuando tenía nueve años de edad pasaba los días –y lo máximo que le permitían sus papás– en el Club Hípico.

A su papá le encantaban las carreras de caballos y la hípica era parte importante de casi toda su familia.

Las salidas de vacaciones, las conversaciones, celebraciones y los programas de todos giraban alrededor de cuándo se correría el Clásico, o si su haras predilecto estaba por traer caballos para competir.

Inevitablemente, la influencia de su casa y familia hizo que su vida también estuviera marcada por el mundo de los caballos de carrera.

Sus papás vivían cerca del Jockey Club, así que él ya había conseguido sus permisos para ir a ver el entrenamiento de los caballos, pues durante los días de carrera no lo dejaban –por su edad– estar cerca de los recintos donde se daban juegos o apuestas.

Le llamaba mucho la atención el enorme tamaño de los caballos y lo pequeños y flaquitos que eran los jinetes. A veces imaginaba que si él paraba de crecer podría ser un jockey. Otras veces se ponía más realista, y sabía que probablemente su altura seguiría aumentando, lo que lo alejaba de la posibilidad de ser jockey profesional cuando grande.

Entonces pensaba de qué manera podría seguir ligado a la actividad, pues no veía que el colegio lo conectara con la hípica, además de que le cargaba estudiar y tampoco le gustaba mucho interactuar con sus compañeros.

En realidad lo único que le traía emoción eran las clases de gimnasia, pues jugaban fútbol y él podía moverse rápido por una punta, acercarse al arco y hacer un gol, corriendo como un caballo.

No se trataba solo del fútbol. La verdad es que disfrutaba el juego con otros chicos, pues con ellos realmente podía correr, dar patadas, gritar como correspondía; en el fondo, competir.

Odiaba cuando los partidos de fútbol eran mixtos, pues le habían enseñado a ser muy correcto con las niñas, lo que implicaba no gritarles, ni patearlas, aunque ellas no tenían el mismo cuidado, y le gritaban, lo pateaban, e incluso le decían garabatos que lo ponían de mal humor.

En la hípica, sus favoritas eran las carreras de fondo, pues duraban más. Las otras le parecían muy cortas y le fastidiaba mucho esa espera entre carrera y carrera que se le hacía eterna. Su papá le explicó que esos tiempos se debían a que las personas apostaban entre carreras, y que con ello crecía la ilusión y ansiedad de un triunfo, y aumentaba la expectativa sobre el caballo al que apostaban, que podría darles un gran premio en dinero y mayor comodidad financiera…

Los años fueron pasando y su amor por los caballos fue en aumento, lo que lo hizo cuestionar cada vez más sus motivos para seguir en el colegio, a pesar de que sus papás le decían que sin estudios no sería nadie en la vida.

Como todos los días después del colegio iba al Club Hípico y se metía entre las pesebreras, ya a los catorce años conocía a todos los que trabajaban ahí –preparadores, jinetes, cuidadores de caballos, veterinarios, veedores– y todos lo conocían a él y lo querían.

El colegio avanzaba lento y aburrido. Ya tenía diecisiete años y aún no decidía qué hacer con su vida –para desesperación de sus papás. Y mientras detestaba el colegio… le encantaba la gran cantidad de amigos que tenía en el “Club”, como él lo llamaba.

Uno de sus amigos, que era mucho mayor que él, le preguntó qué esperaba hacer cuando terminara la etapa escolar. Él no supo qué responder, pero se aventuró a decir que tal vez podría ser médico veterinario y así estar cerca de los caballos para el resto de su vida, pero al mismo tiempo pensó que debería estudiar mucho, sobre todo a otros animales que no le interesaban para nada, y además le cargaba estudiar.

Su amigo le comentó entonces si pensaba en la posibilidad de trabajar en labores relacionadas con los caballos, como él lo había visto hacer.

A él le encantó la idea, sin saber exactamente en qué consistía lo que haría y cuánto ganaría, y le pidió que le enseñara algunas cosas, pues no sabía qué hacía su amigo.

Él nunca se había preguntado cómo funcionaban las carreras y las apuestas, cómo la gente sabía a qué caballo apostar o cómo se entregaban los premios.

Así que su amigo, para empezar las clases, le dijo que los caballos tenían algo llamado “pedigree”, o sea, si su “papá y mamá” salían campeones de muchas carreras, era muy probable que ese caballo también sería campeón.

Por lo tanto, apostar a un caballo con pedigree ofrecía premios de menor dinero, pues muchas personas hacían la misma elección y el pozo debía repartirse entre un mayor número de ganadores.

Le contó que podía obtenerse más dinero apostando al triunfo de algún caballo sin un “buen pedigree”, pues así el premio se dividiría entre pocos apostadores.

Su amigo le preguntó si podrían empezar a trabajar juntos los fines de semana, a lo que él respondió afirmativamente. Estaba muy emocionado por esta nueva experiencia.

Su amigo también le preguntó si conocía un caballo que se llamaba Al Viento y él le dijo que sí, que sabía que era malísimo, y que nunca había ganado nada.

– “Pues bien” —le dijo el amigo—, “este domingo “Al Viento” va a ganar”.

– “¿En serio?” —le preguntó él. —“¡Es imposible!”

– Pues ese es el trabajo que haremos… y tú me vas ayudar a que ocurra…

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