CuentoEstructura del Pensamiento

De arriba las cosas se ven distinto

By 26 agosto, 2019 No Comments

Red

Se decía que ella y él venían de “familias bien”.

Pensaban casarse “comme il faut”, aunque a sus amigos les contaban que en realidad no tenían ganas de hacerlo.

Especialmente ella les explicaba, “ustedes saben, el papá y la mamá no me perdonarían nunca si hiciéramos una ceremonia íntima con nuestros amigos, esos como ustedes, que son tan pocos, y que están en las buenas y en las malas”.

Entonces transaron con sus padres en invitar solo a quinientas personas.

Ella insistió en que eso realmente no le preocupaba y les comentó a sus amigos: “ustedes se pueden imaginar la situación: ¡cómo el papá se vuelve intratable cuando quiere conseguir algo!”

La familia les decía: “Hay que planificar cada detalle con al menos un año de anticipación, pues las iglesias están copadas, y las mejores banqueteras, lugares para recepción, logística, vestuario, peluquería, y maquillaje, ya tienen todo reservado. Ni se imaginan ustedes lo que significa organizar un matrimonio”.

O sea, ¡nada que hacer! “Y así es la vida, pues ya está escrita”, pensaron los novios.

Desde el momento en que decidieron formalizar su compromiso, a cada instante, había decisiones que tomar –en juntas familiares o de forma urgente– y así definir si el mantel sería verde pálido o más bien azul oscuro, para que combinara a la perfección con la decoración de las paredes. “Y bueno”, pensaron, “así es la vida”.

Les consultaban todo. Por ejemplo, qué querían como aperitivo, pues si optaban por la selección de la carta dorada tendrían canapés, y si optaban por la diamante servirían una mezcla más sofisticada de bocadillos.

Tuvieron que normar esa parte, porque ya era mucho el caos. Entonces lo hicieron con orden y programaciones precisas, pues eso de estar usando WhatsApp para cosas tan significativas… ¿Te imaginas después? ¡Es un recuerdo para toda la vida!

No era solo por ellos, claro. De alguna forma todos participaban de esas reuniones, donde durante una hora o dos, ella y él tomaban las decisiones más importantes, asesorados por un representante de cada familia, quien se encargaba de comunicar los acuerdos a los ausentes, por si tenían algún reparo.

Los arreglos avanzaban semana a semana. Ya llevaban cerca de cuatro meses y los principales asuntos ya estaban claros, aprobados, y listos para iniciar la preparación y ejecución.

En general, las reuniones donde resolvían los preparativos eran muy agradables y armónicas, con variedad de galletitas y deliciosas alternativas de té para amenizar los encuentros.

Estaban hablando de las invitaciones y se les ocurrió que no habían resuelto el tema de los regalos. Ella mencionó que pensaban canjearlos y convertirlos en dinero.

Después de que ella dijera eso, hubo un silencio extraño, acompañado de los sonidos de las tazas y platos de aquellos que sorbieron un poco más de té, mirando el suelo o masticando galletitas, pero nadie hizo ningún comentario.

El instante de silencio comenzó a extenderse y todos los presentes tuvieron la certeza de que estaban frente a algo inesperado, incómodo y relativamente complejo… Pues, ¿cómo explicar lo obvio? La “gente bien” no hacía eso.

Ella era muy inteligente y supo que debía adelantarse antes de que su novio respondiera. Le explicó a la familia que él ya no tenía un sueldo fijo y ella no quería depender del dinero de sus papás, ya que como fotógrafa tampoco contaba con una entrada estable. Incluso aún no tenía ingresos, ni estaba segura de haber encontrado el estilo fotográfico preciso para expresar su propia mirada de las cosas.

Acto seguido, él les contó a los familiares que pensaban irse a vivir al sur de Chile. Habían averiguado sobre unos sitios que arrendaban entre Puerto Varas y Frutillar, y calculaban que podrían vivir fácilmente unos dos años sin trabajar, gracias al dinero de los regalos.

En eso ella intervino, pues quería explicarles a todos que no necesitarían tanta suerte, ya que trabajaría haciendo mermeladas y él las vendería.

El padre de ella, alterado por lo que oía, con la piel de la cara totalmente roja, la respiración acelerada, intentando mostrarse tranquilo (aunque se veía cada vez peor), los interrumpió abruptamente diciéndoles con la voz entrecortada “si ellos estaban locos, pues esa idea era como ir a vender helados a los esquimales, ya que no hay UNA PERSONA EN CHILE (remarcando con fuerza las palabras), QUE NO SEPA QUE TODOS ALLÍ HACEN MERMELADAS…” Luego, suavizando la voz para parecer amoroso, porque se daba cuenta de que indirectamente los estaba llamando estúpidos, les preguntó si habían pensando en ese pequeño aspecto circunstancial.

Ella se puso a llorar y les aclaró que solo querían vivir tranquilos, que ellos no tenían los mismos intereses que sus familias, y que lo único que realmente les importaba era vivir su amor.

Entonces ella sacó su celular y empezó a buscar una foto en especial. Al encontrarla se las mostró y dijo:

– Esta es la casita que tenemos arrendada. Es sencilla. El cerro no es muy alto, pero tiene una linda vista del campo.

Los familiares seguían en silencio, hasta que el padre de ella, sin poder contenerse, dijo:

– ¿Qué hice?

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