CuentoEstructura del Pensamiento

La razón de lo auténtico

By 23 diciembre, 2019 No Comments

Auten56

Ella era una joven muy linda, aunque un poco ordinaria para algunos –por las poleras del Che compradas en Nueva York–, y muy cool para otros –por el look “medio reventado” que cultivaba, con esos zapatos que incluso podían usarse como armas.

Eso sí, entiéndase ordinaria no solo como común –por las poleras–, sino también como alguien desprovisto de educación –lo que no tenía nada de cierto, pues sus padres eran profesionales liberales, o como decía ella con sutileza, “unos burgueses de mierda”, que la habían educado bastante bien.

Lo curioso es que su “abajismo” forzado la hacía verse cada vez más cuica, independiente de todo el empeño que pusiera en lograr lo contrario. La “emputecía” que la llamaran “cuica” y que además no se dieran cuenta cómo era ella realmente, tan auténtica.

Su rollo había comenzado en la pubertad, y seguía presente ahora en su pre-adultez. Ya llevaba tiempo en lo mismo, y gran parte se debía a que quería tener una voz en su casa, donde se daban largas discusiones intelectuales sobre los más diversos temas de la contingencia nacional o internacional, con gran altura de miras y desde muchos ángulos y perspectivas.

Ella escuchaba y escuchaba… Y cuando emitía un comentario, sus papás y hermanos la descalificaban, indirectamente, claro, y ella siempre terminaba sintiéndose estúpida porque no había hecho ningún aporte, o por lo que decían después de su intervención.

Al llegar la adolescencia, esa sensación de ser considerada la estúpida de la familia se transformó en rebeldía y rabia. Entonces, para poder destacarse, buscó una postura que fuera totalmente disonante con la visión de sus padres y hermanos.

O sea, al inicio una James Dean moderna, que después se creyó su cuento. Fue ahí que ya no era solo rebelde, sino también se volvió un tanto “wild”. Todo lo contestaba con rabia, ironía y mordacidad, en un tono de quien “se las sabe todas” y “no me vengas a preguntar pendejadas huevonas”.

Ahora le discutía a su papá en la mesa sobre los cambios que debían implementarse en las economías del mundo, a pesar de que él era Profesor de Economía en una universidad en Santiago. Dígase de pasada, que ella no sabía mucho sobre el tema, pero su ferocidad a ratos disimulaba su falta de información, e incluso, ignorancia.

Pareciera que de eso se trataba para ella: reemplazar ignorancia con vehemencia, descalifación y agresividad.

Todo lo que existía era malo o no debía ser como era.

Así como ella lo planteaba, el mundo había estado a la espera de su voz para escuchar aquello que no funcionaba bien. ¡Por supuesto! Ella había llegado para explicar qué y dónde se necesitaba actuar, ya que nadie se había dado cuenta de eso en 5.000 años de historia (partamos de la China Imperial).

Un día sus papás le preguntaron si podía compartir las soluciones que ideaba con su visión crítica, y les respondió que eso no era de su incumbencia, pues su fortaleza era la denuncia. Añadió que todo lo que ellos hablaban era disfuncional o estaba obsoleto, que no entendían nada de nada.

A ella no le gustaba –por las misma razones anteriores– tener relaciones afectivas profundas, pues estaba en contra de la familia y el pololeo. Sí tenía amigos entre sus compañeros de colegio y se llevaba bien con todos, quienes la aceptaban como era, o como ella decía que era.

Eso sí, sus compañeros la encontraban un poco “pegada” en el odio y gratuitamente amargada, pues sabían que había tenido desde siempre –tal como ellos– una vida regalada.

Un día una compañera la llamó para invitarla a una fiesta en su casa. Ella dijo que bueno, pues no tenía nada agendado, y aunque no le gustara esa onda “neo-burguesa-alternativa-donde soy-tan-distinto-y-único-pero-cada-cosa-que-me-pongo-me-he-demorado-meses-en-encontrarla”, sintió que era mejor ir, que estar viendo por Facebook, Instagram o cualquiera de esas mierdas de redes sociales, cómo ellos se divertían.

Cuando llegó a la casa, saludó, se percató de que había “ene” gente que no conocía, y de inmediato comentó “cómo putas hacían una cosa tan burguesa que no aportaba nada a la humanidad”.

Empezaron a bailar, y como para ella el baile era el infierno mismo, buscó refugio en la cocina. Al llegar allí sacó una chela del refrigerador y vio que cerca había un tipo sentado tomándose un jugo.

Nunca había visto un tipo como él. Se veía duro, agresivo, y medio reventado… ¡se veía como ella!

Se le acercó y se presentó. Él le dio una breve mirada, luego la ignoró, no le respondió nada, y volvió a girar su rostro, evitando cualquier contacto con ella.

Ella lo amó. Pensó: ¡Hizo lo mismo que yo!

Después intentó hablarle un par de cosas. Él nuevamente la miró con cierto desprecio y le dijo algo como que estaba apestado de que ella quisiera hablarle huevadas.

Ya no lo podía creer… ¡era su alma gemela!

Ella nunca se había enfrentado a sí misma y se daba cuenta de que era como estar con su espejo, pues miraba igual, se movía igual, y hasta las ropas se parecían. ¡Ya le mostraría sus poleras del Che!

Entonces, recuperada del shock inicial, concluyó que si se parecían tanto, sería muy fácil relacionarse con él.

Así que le dijo:

– Oye, cretino, quiero salir contigo ahora a tomar una chela en un bar. Vamos.

El otro, sorprendido, la miró de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, se terminó el jugo, miró al suelo, y le contestó:

– Dale.

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