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Los peces y la vida

By 19 junio, 2019 julio 16th, 2019 No Comments

Peces

A él siempre le había gustado la onda trash y ahí se había quedado. Al final, eso era su casa.

¿Por qué? No lo tenía muy claro, pero tal vez había surgido en esa clase de biología en el colegio, cuando les pidieron que llevaran una rana que después disecaron.

Le pareció muy fascinante que su profesor le hubiera pedido fijar a la rana en una tabla con un par de clavos (clavos pequeños, por supuesto) y luego escuchar ese extraño sonido –que asumió era un llanto de dolor de la rana–, mientras abría su cuerpo con un cortaplumas.

Durante su infancia y adolescencia siempre buscaba experiencias que estuvieran conectadas con el dolor. No lo hacía solo por el dolor, sino porque le parecía increíble esa sensación que a tanta gente molestaba y que para él era un modo de comprender el proceso de superación de nuestra especie humana.

Se acordaba cuando fue a pescar con unos amigos –a sus 24 años– y quedó cautivado al ver cómo afectaba la falta de aire a los peces que habían atrapado, y la manera en que lentamente morían.

Cuando empezó a trabajar buscó una ocupación que sabría le acomodaría mucho. Y “no fue suerte”, decía, que lo contrataran como vendedor de ataúdes, pues nadie mejor que él para entender el dolor de las personas.

Desde el primer día de trabajo, sus colegas detectaron en él algo que iba más allá de sus habilidades como buen vendedor.

Ellos se habían percatado de que él disfrutaba la instancia de compartir con las personas cercanas a los fallecidos, para nutrirse de la energía de su dolor y así entender exactamente el significado que le estaban dando al proceso, para después venderles el cajón indicado, al mejor precio.

A ella la conoció en una fiesta trash. Tenía algo de gótica, creía él.

Al comienzo ella no lo pescó nada. Además su polola lo odió desde el primer minuto y se rió en su cara diciéndole que “de trash tienes muy poco”, que él era solo un nerd estúpido que no sabía nada de nada.

En realidad, después que él las vio bien, se dio cuenta de que no eran góticas, sino más bien vampiras, pues tenían algo afilados los colmillos y algunas buenas mordidas en sus cuellos.

Los tres empezaron a salir bastante, lo que causó que la polola le pusiera la pistola al pecho a ella para obligarla a decidirse: “¿Yo o el nerd estúpido?”

Claro que ella era más tranquila y le dijo a su polola que no fuera así, que estaban bien los tres, pero que si ella insistía, entonces tendría que quedarse con el nerd.

A ella, en realidad, algún día le gustaría casarse, y se lo dijo a él, o vivir con alguien, y tal vez viajar tranquila y poder conocer a otras personas, pero nada de presiones. Con él, cool.

Un día ella le preguntó a él si se imaginaba que tuvieran hijos, independiente del tema de sus pololas, y la respuesta le gustó, pues le dijo que sí.

Él ya no tenía tan claro quién era, pues aun con todo su estilo trash, igual trabajaba, estaba hablando de matrimonio, e incluso de criar hijos.

Le pareció que en realidad nunca había sido muy trash, pues desde el colegio hasta ahora, no había dejado de pensar en esa maldita rana, que seguía llorándole durante todos los días de su vida, y peor aún, durante las noches, sin dejarlo dormir en paz.

Pensó que ella, más que un cambio de vida, le significaría una nueva aventura para recomenzar.

Sabía que si hacía eso, definitivamente ya no vendería más cajones y vería con seguridad que ella también se transformaría al tener hijos o hijas, independiente que él siguiera o no aceptándole que trajera sus pololas.

Lo que vendría sería muy fácil de hacer, pero jamás se había imaginado que lo haría.

Entonces decidió llamarla urgente a su trabajo para coordinar una cita, pues debía preguntarle algo que era motivo de vida o muerte.

Cuando llegaron a El Grano, se sentaron, esperaron que les trajeran sus respectivos pedidos, para él un café y para ella un té, él la miró fijamente con nerviosismo y le preguntó:

– ¿Te casarías conmigo?

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