CuentoEstructura del Pensamiento

Volando para conocerse

By 16 diciembre, 2019 No Comments

Vol2

Él ya había descubierto que era “diferente” desde siempre, pues muchos le decían, un poco indirectamente –le hablaban a sus papás–, que el “niño” era demasiado delicado, miedoso y frágil, que parecía una niñita.

Ahora que era adolescente entendía mejor a “qué” se referían los demás, pero cuando chico solo le parecía que había algo raro o extraño, que no asociaba consigo mismo, más bien era como si se refirieran a otra persona.

Por supuesto que en su adolescencia ya tenía claro que ese diferente no era “tan” diferente, pues había muchos iguales a él en todas partes, lo que lo dejaba más tranquilo, y al mismo tiempo, muy inquieto.

Estudiaba en un colegio privado, de orientación protestante cristiana, con un nivel de educación bastante bueno –considerando que era un colegio clase media–, pero donde, lamentablemente, no se hablaba mucho de lo que le pasaba a él, ni de temas relacionados con orientación sexual.

Se acordaba de lo que había aprendido en biología, donde le decían que “todos piensan que somos diferentes, y al final, como todos somos diferentes todos somos iguales”.

Pero después se dijo que no, no, no, no era eso…

En algún momento se le ocurrió que todo su rollo había partido con ese chico que conoció un día en un bus, quien después de varios viajes donde se habían encontrado lo invitó a su casa. Él aceptó la invitación, y tan pronto entraron a la casa, quiso enseñarle su pieza, y en seguida saltó sobre él y empezó a tocarlo entero.

Lo malo no fue eso, para él, sino que en realidad le gustó, a pesar de que se había mostrado ofendido y molesto con el chico, escabulléndose al instante, dando una excusa mentirosa.

Su familia era de clase media. El dinero era siempre tema, pues la cantidad de necesidades que tenían sobrepasaban sus ingresos como grupo familiar –aun cuando ambos papás trabajaban.

Él era muy generoso con las pocas cosas que tenía, pues veía la vida con bondad. Si podía compartir algo –lo que fuera– con amigos o amigas, lo hacía, como por ejemplo, convencer a sus papás para que alguno de sus amigos viajara con ellos durante las vacaciones.

De repente él se decía que tal vez no era aquello que le pasaba lo que lo hacía diferente… Simplemente todo era parte de su inseguridad, al no tener claro quién era y qué es lo que realmente quería. Solo eso.

Pero no. Tampoco.

En el colegio le iba muy bien. Sus papás y hermanos lo querían mucho, y él se llevaba bien con todos en casa. Por lo general, consideraba que su familia vivía en armonía, hasta tal punto, que llegó a creer que se había inventado todo el “rollo” como para tener un problema.

Bueno, un gran problema.

Pero no. No era eso tampoco.

A él le gustaba mucho estar con sus amigos, y a ellos, desafortunadamente para él, les encantaba hablar de qué harían con tal o cual niña si tuvieran la oportunidad de tener sexo.

Le molestaba el lenguaje crudo con que se referían a ellas, y lo peor es que a él le gustaban varios de sus amigos. Entonces pensaba que lo que le pasaba era una reacción asociada, mezcla de celos con envidia. Malos componentes para ser feliz.

En ese debatir se encontraba cuando se dio cuenta de que estaba como flotando en el aire. Que una ráfaga lo llevaba de un lado a otro, que lo subía y bajaba como a un volantín, y más, que no tenía con quién conversar sobre todas las cosas que le estaban pasando.

Temía que si fuera a conversarlo con uno de sus amigos o amigas, sería imposible que los otros no lo supieran, casi al instante.

Incluso pensó que si se confesaba con algunos de ellos –que solo hablaban de las niñas– tal vez los perdería como amigos.

¿Entonces qué hacer?

En esas dudas y dilemas estaba cuando se le ocurrió hablar con sus papás y decirles que tenía muchas preocupaciones, pero que no quería conversar esas cosas con ellos.

Lo que vino entonces…fue complicar a los papás.

Ellos comprendieron que el tema era para un especialista y la mamá le pidió a una amiga un dato sobre un terapeuta muy bueno, que había ayudado mucho a su hija.

Él pensó que su cuento no era para tanto, como para ir a terapia, pero al menos podría hablar lo que le estaba pasando con alguien externo a la familia o a los amigos del colegio.

Cuando llegó a la primera sesión, el terapeuta lo recibió muy amablemente y le indicó que se sentara delante, en uno de los sillones puestos frente a frente, medio esquinados. Después de preguntarle quién lo había recomendado, le planteó de golpe qué quería trabajar.

Él le dijo que no sabía muy bien qué era, pero que necesitaba hablar con alguien sobre las cosas que le pasaban y que no tenía con quién hacerlo.

El terapeuta le preguntó si tenía amigos o amigas, a lo que él respondió que sí, y que mayoritariamente eran del colegio, un grupo muy bueno, pero que si hablaba con uno de ellos, todos sabrían.

El terapeuta mostró un aire algo distraído, y casualmente le preguntó qué es lo que todos sus amigos sabrían, que le impedía decir aquello que quería conversar con al menos uno de ellos.

Él respondió que ese era precisamente el tema de las sesiones.

Entonces el terapeuta le preguntó de frente si se trataba de que él era gay, que aún estaba en el clóset y le asustaba la sola idea de salir.

Él le contestó muy ofendido y molesto que no, que cómo se le había ocurrido una cosa de esas.

El terapeuta le dijo que se le había ocurrido por muchas razones, pero que si no era gay, para qué detenerse a hablar sobre su equivocación, y le pidió disculpas.

Entonces el terapeuta le preguntó si había tenido alguna “aventurilla”.

Él le dijo que sí, que en algún momento un chico lo había tocado y besado y que él primero creyó que no le había gustado, pero que después nunca más había parado de pensar en ese momento.

El terapeuta, sin decir nada, dejó espacio para que él siguiera conversando sobre la experiencia.

Le confesó que en realidad sí temía ser gay, y se disculpó por su reacción, pero que no sabía si era o no, y por eso se lo había negado hace un momento.

El terapeuta le preguntó qué pasaría si fuera gay, a lo que él le respondió, después de mucho pensar, que podría decepcionar a sus papás y a sus amigos y perderlos a todos.

El terapeuta entonces le preguntó si “realmente” creía que podría perder a sus papás y amigos.

Él volvió a reflexionar un buen rato, y con los ojos algo llorosos, le contestó que, en realidad…, no pasaría nada.

El terapeuta le planteó si creía que su familia sospechaba o creía que él era gay.

Él volvió a pensarlo, a revivir muchas situaciones con sus papás y hermanos, y se percató cómo eran cuidadosos con él. Así que le respondió, ya en llantos, que sí, que ellos lo sabían.

El terapeuta en seguida le preguntó qué pasaba con sus amigos y amigas, y si ellos también sabían o sospechaban de algo.

Hubo otro momento de reflexión de parte de él y ahora, más rápido incluso, se dio cuenta de la normalidad con que sus amigos siempre se habían tomado las cosas con él, y que, por supuesto, también lo sabían.

Entonces el terapeuta le preguntó quién era la única persona que todavía no lo sabía. Y él, muy lentamente, con una sonrisa de alivio y tranquilidad, le dijo:

– Yo.

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