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Christian Anwandter y sus comentarios

By 4 agosto, 2005 octubre 9th, 2019 No Comments

En principio, Un día cada día no tiene fines literarios. Se acerca más a la “hipnosis”, a la “psicología” y a la “auto-ayuda”. Sin embargo, esta distinción entre lo literario y lo terapéutico no queda muy clara. Me parece que entre una y otra categoría no hay límites perfectamente delimitados, y sobre todo en el caso del libro que hoy día está siendo presentado al público. Quisiera, entonces, deshacer un poco las distinciones que suelen aplicarse entre lo literario y lo terapéutico, y hablar sobre Un día cada día desde un punto de vista literario. Es, por lo demás, lo único sobre lo cual podría hablarles, dado a que mis conocimientos sobre la hipnosis o la hipnoterapia son muy limitados. Sin embargo, el enfoque literario me parece que puede, a su manera, ayudarnos a entender lo que este libro de “cuentos hipnóticos”, como alguna vez fueron denominados, se propone.

Para llevar esto a cabo, sería importante compartir con ustedes una pequeña información. Como lo verán muy pronto, el libro lleva como subtítulo “Lecturas de transformación”. Esta categoría nos extraña y nos resulta un tanto enigmática. Es probable que el lector imagine que se trata de historias en que los personajes de pronto cobran nuevas formas, monstruosas o divinas, tal como sucede en La Metamorfosis de Kafka o en Las Metamorfosis de Ovidio. Desde este punto de vista, Un día cada día podría ser considerado como un libro narrativo de corte fantástico. Y algo de esto es cierto. De hecho, el libro utiliza el modo narrativo constantemente. El narrador de cada “cuento” relata acontecimientos del pasado y del presente, y va describiendo los “cambios” y las “transformaciones” que van experimentando los personajes a medida en que éstos se dejan llevar por sus recuerdos, sus pensamientos, o por sus ensoñaciones. Muchas veces, el estilo adoptado nos recuerda a la técnica llamada “stream of conciousness”, en español llamada “flujo de consciencia”, desarrollada por autores como Dujardin y Joyce. Esta representación de la voz interior recurre incluso a lo fantástico cuando se narran los pensamientos de un perro o de una tortuga. ¿Alguien ha oído alguna vez a un perro explicándonos las razones por las cuales su relación con los gatos es tan compleja? ¿O bien a una tortuga que se compadece de un conejo porque ella es más rápida que él? Estos “sucesos peregrinos” nos recuerdan a los cuentos para niños y a la literatura fantástica. ¿Cómo no recordar, por ejemplo, en una de las Novelas Ejemplares de Cervantes, el momento en que dos perros dialogan bajo la luna y se cuentan sus respectivas historias? Las “Lecturas de transformación” que nos propone este libro participan de la tradición literaria tanto por el género narrativo del que se sirve, por la utilización de la técnica del “flujo de consciencia”, y por la imaginación fantástica que despliega.

Sin embargo, debemos indicar que el subtítulo “Lecturas de transformación” no solamente nos señala que se trata de textos que adscriben de una manera u otra a cierta tradición literaria, sino que también nos hace plantearnos la siguiente pregunta: ¿Y si no fueran los personajes de las historias que se transforman, sino que el lector? ¿Qué pasa si la transformación más importante no se lleva a cabo en las palabras que leemos, sino en la persona que las va leyendo? Es en este punto, sin duda, en el que Un día cada día parece alejarse de la literatura para acercarse más a disciplinas como la hipnoterapia, que se proponen, mediante el uso dirigido del lenguaje, modificar las estructuras de pensamiento y las líneas de comportamiento de una persona que reconoce tener un problema. Desde este punto de vista, la diferencia existente entre Un día cada día y un libro de cuentos estribaría en el sentido que le es dado al lenguaje.

Los libros de cuentos son escritos, en principio, para entretener o para educar, o para poner en práctica una serie de ideas que nacen de luchas entre diversos movimientos literarios. Se podría llegar a decir que en literatura nadie sabe porqué escribe, y suele ser necesario justificar las obras con teorías que las sostengan. Es, claramente, lo que sucedió en Francia a partir de mediados del siglo XIX, y que luego, a comienzos del siglo XX, con el surgimiento de las vanguardias, se transformó en una especie de compulsión mundial. En el caso de las vanguardias, el sentido que se le daba al lenguaje se vio constantemente cuestionado, hasta el punto en que movimientos como el dadaísmo llegaron a negar por completo el sentido de la palabra escrita, acusando a la literatura de ser una mera mentira.

En Un día cada día la situación es distinta. El punto de partida es radicalmente diferente. El lenguaje no es considerado desde un punto de vista ideológico, como solía suceder en el período de las vanguardias literarias, sino que desde un punto de vista psíquico, psicológico, e incluso biológico. Esto quiere decir que, en vez de preocuparse sobre lo que se debiera decir, Un día cada día se preocupa de las maneras en que lo que se dice repercute tanto en quien lo dice como en quien lo oye, lo queramos o no. Mientras que las vanguardias dedicaron sus esfuerzos a crear un lenguaje ideal cuyo trasfondo fuera ideológicamente invulnerable, las “Lecturas de transformación” nos proponen un lenguaje cotidiano en el que todos están llamados a reconocerse, a pesar de que se trate de un lenguaje lleno de prejuicios, opiniones infundadas, temores irracionales, deseos inconfesables, etc. El punto de partida de este libro no es un lenguaje ideal que habría sido generado por un artista que busque imponer su autoridad ideológica ante el resto, sino que es el lenguaje depositado en nosotros mismos, el lenguaje tal como lo conocemos en nuestra experiencia interna. Este lenguaje interno, que la literatura ha intentado domar desarrollando procedimientos de representación tales como el monólogo interior o el flujo de conciencia, es el lenguaje que se nos presenta cuando no pensamos en nada específico, cuando dejamos que nuestras ideas, recuerdos, o fantasías se sucedan libremente, sin imponerles ningún fin determinado.

Muchas veces, esta voz interior es considerada como nuestra expresión más íntima, y nos cuesta imaginar cómo esa voz puede también estar presente en otra persona. Probablemente, nuestra manera de ser ante el resto esté muy ligada a la relación que mantenemos con este lenguaje más íntimo que el otro no percibe. Cuántas veces se ocultan pensamientos que nos parecen mostrar nuestros defectos, y preferimos, en cambio, decir algo distinto, algo que nos deje ante los otros como un ser íntegro y seguro de sí mismo… Y cuántas veces, al oír a otra persona expresarse como lo harían sólo los príncipes o los reyes, sin ninguna mancha de contradicción, sentimos cierta culpa al recordar los temores y los deseos que el otro parece tener completamente dominados. Este, me parece, es uno de los fenómenos principales sobre los cuales se basa este libro. Dicho de otro modo, me parece que Un día cada día nace de la conciencia del rol que juega el lenguaje en nuestra proyección como individuos.

Las consecuencias de tal punto de partida son enormes. Si nuestro comportamiento y nuestra manera de proyectarnos en el mundo como personas están determinados en parte por el lenguaje que acarreamos con nosotros, entonces los cambios en nuestro lenguaje implican también una transformación de la persona. Podemos decirlo de otra forma: el descontento, la frustración, la infelicidad, y muchos otros sentimientos que hacen de la vida algo amargo y pesado, responden a la presencia de ciertos “nudos de lenguaje” que no nos permiten modificar nuestro comportamiento hacia un mayor bienestar. El ser humano es un prisionero potencial de sus palabras. Y a través de sus palabras el ser humano puede encerrarse en una vida que preferiría no vivir. Estos “nudos del lenguaje” que limitan al hombre a determinado comportamiento no son simples “mandamientos” o “leyes” a los cuales se obedece aunque no se quiera. En realidad, se trata de verdaderas redes de sentido, de palabras a las cuales se les atribuyen valores y significados y que se relacionan con recuerdos y emociones. No se trata, por lo tanto, de rebatir nuestros problemas a nivel de las ideas. No basta con decir “Sé feliz”, “No estés triste”, u otras fórmulas que señalan los objetivos sin darse antes los medios para llevarlos a cabo. No se logra mucho con decirle a una persona profundamente triste que “la vida es bella”, porque probablemente la belleza de la vida esté muy lejos para esta persona, y acentuemos aún más su sentimiento de tristeza. Para sacarlo de ese estado, debemos, parece sugerir el libro, penetrar en su lenguaje, comprender porqué está triste, qué entiende por triste, a qué asocia la tristeza, cuándo se siente triste, qué cosa le parece triste y qué cosas le parecen alegres, abrir el lenguaje desde el cual esta persona “triste” observa el mundo, hasta encontrar los caminos que, desde su propia experiencia, lo lleven a “ver” más allá de su tristeza.

Estas “Lecturas de transformación”, entonces, se proponen de alguna manera transformar a sus lectores. Este libro presupone en cada uno de sus lectores la existencia de estos “nudos de lenguaje”. Cada “cuento” nos cuenta una historia que va desplegando ante los ojos del lector verdaderos caminos del pensamiento, caminos que quizá nosotros mismos ya hayamos recorrido, y que de alguna manera nos ayudan a identificarnos con las situaciones que están siendo narradas. Lo que caracteriza a Un día cada día es la flexibilidad con la cual estos caminos del pensamiento son recorridos. Se trata de lecturas en las que resulta imposible encerrarse. Su propósito constante es abrir caminos, deshaciéndose de obstáculos que a veces nos retienen más de la cuenta en nuestras vidas, mostrándonos con humor que nuestros límites muchas veces son arbitrarios y que pueden ser modificados.

Sin duda, hacer esto no es una tarea fácil. Detrás de cada cuento, hay una mirada muy atenta a la manera en que el ser humano organiza las palabras en una cierta manera de ver el mundo que cristaliza a su vez un comportamiento particular. El mérito de Un día cada día está en saber involucrar al lector en pensamientos, recuerdos y emociones que no son necesariamente los suyos, pero con los cuales se identifica en un grado tal que puede seguirlos como si lo fueran. El narrador cambia constantemente de perspectiva, obligando al lector a situarse en distintos puntos de vista sucesivamente. El narrador borra las distinciones entre los distintos personajes, permitiéndole al lector introducirse en el cuento como si se tratara de su propia historia. Se muestra el fluir de la consciencia no para demostrar cómo se solucionan los problemas, sino que para compartir la amplitud de los caminos disponibles en la mente ante una situación cualquiera. Desde ese momento, los movimientos que realiza el narrador son compartidos con el lector, quien mediante la lectura los imita, integrando en su conciencia caminos que quizá no poseía anteriormente, o que quizás estaban muy a trasmano, caminos que sólo la lectura logra actualizar. Podemos decir entonces que las “Lecturas de transformación” parecen ser cuentos, pero que, en el fondo, son procesos mediante los cuales el lector puede adquirir herramientas para desenredar los “nudos de lenguaje” que lo limitan. La lectura puede entonces convertirse en una herramienta de transformación de un lector guiado por el ejemplo de los cuentos que va leyendo.

Las constantes transformaciones relatadas por el libro son una analogía del devenir del hombre. Se trata de liberar la imaginación con tal de superar las barreras que el hombre se impone a sí mismo. Mientras el hombre pueda jugar con las palabras e imaginarse a sí mismo en distintas realidades, su proyección en la realidad será más plena. Esto es lo que parece decirnos Un día cada día. De hecho, el libro lo dice de forma mucho más clara:

“Ser lo que vamos a ser nos lleva a imaginarnos muchas alternativas. En ellas, los miedos y las inseguridades conviven con las ganas y los deseos. Los proyectos están mezclados con lo que vendrá. Pero lo que vendrá es parte de lo que seremos en función del hoy día. Si quiero ser algo o alguien según una visión, debo proyectarlo hoy día. Mañana sólo tendremos la construcción de lo que ya proyectamos y vivimos en el ayer. Conocer lo que podemos hacer puede llevarnos muy lejos, pero dejarse llevar mucho más allá de lo que pudiéramos hacer nos permitiría ir más allá sin ningún tipo de limitaciones.”

Esta valorización de la imaginación como un medio para ser más libre, reencuentra, a mi parecer, una de las grandes ambiciones de la literatura. Cualquier cuento, novela o poema que aspire a persistir en el tiempo, debe crear, durante el curso de la lectura, un apego que mucho puede parecerse a un “trance”, y cuyo efecto en el lector es notorio y prolongado. Si nos preguntamos porqué se siguen leyendo hoy en día libros escritos hace ya más de tres mil años, nos decimos que se debe, en parte, al gran poder que tienen para retener nuestra atención y darnos la sensación de ampliar nuestra visión sobre el mundo. Y siempre que el hombre sienta que puede ver más, que puede ir más allá de sus propios límites, el sentido de cada día estará presente entre los hombres, y mientras más amplio sea este horizonte, más serán las posibilidades del hombre para enfrentar su realidad.

Christian Anwandter,

DEA Lettres Modernes

Paris III

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