Pi

Él tenía muy claro el momento cuando aprendió a ser como era.

¿Cómo era? Esa es una buena pregunta, decía él.

Le gustaba la vida fácil (¿y a quién no?), que las cosas le salieran sin mucho esfuerzo (¿y a quién no?), que trabajar fuera un accidente más que una forma de vida (¿y a quién no?), que todas las personas lo encontraran inteligente (¿y a quién no?), que las mujeres lo admiraran por ser simpático, divertido, buen mozo (¿y a quién no?) y que lo aceptaran tal como era (¿y a quién no?).

Sí, pero, ¿cómo era?

Ella le dijo a su amiga, mira, a él le gusta la vida fácil, que las cosas le salgan sin mucho esfuerzo, trabajar para él es un accidente más que una forma de vida, cree que todas las personas lo encuentran inteligente, que las mujeres lo admiran por simpático, divertido, buen mozo, y que lo aceptan como es.

¿Y es realmente así?

Ella le dijo a su amiga que podía asegurarle que sí.

Entonces él y ella fijaron un encuentro para tomar un café en El Grano.

Ese día él llego primero y, mientras esperaba, pidió una medialuna clásica y un cortado grande con leche de almendras, pero justo no les quedaba, así que eligió leche sin lactosa.

Estaba muy ansioso por encontrarse con ella. Sabía que trabajaba en otro departamento, pues ya la había divisado hace un tiempo.

Pasaron quince minutos y finalmente ella apareció.

Él le preguntó qué quería tomar o comer, y le comentó con simpatía que no se preocupara en pedir lo que quisiera, ya que cada uno pagaría lo suyo, y él no tenía ningún problema con eso.

Ella se sorprendió con la forma como se lo dijo y le preguntó si era así porque le gustaban las cosas fáciles. Añadió que con esa actitud no lograría nada con ella.

Cuando llegó el mozo ella pidió un café americano grande y después del café quería un té, ya medio amurrada.

Él, bastante ofendido, le dijo que nada que ver. Que su vida siempre había sido muy difícil y que todo le había costado un gran esfuerzo.

Le dijo también que le iba bien, pues para él trabajar no era un tema, ya que le encantaba hacerlo, y que, por lo general, las personas muy pocas veces valoraban su inteligencia. Además, siempre había sufrido mucho, pues las mujeres no lo consideraban simpático, ni divertido, ni buen mozo, y que jamás lo aceptaban como era.

Así tal cual le contó la anécdota a su amigo, acerca de cómo ella se lo tragó todo:

– Le puse cara de cachorro abandonado y claramente le di pena.

– Pero, ¿cómo lograste engañarla?, le preguntó su amigo.

La palabra ‘engaño’ no le gustó nada. Sintió que estaba en peligro y se mostró molesto.

Pensó, “no se lo puedo decir a él, pues también lo he…”

Entonces, le respondió a su amigo, muy serio, perturbado por las emociones, que no le parecía que le dijera eso del “engaño”, faltándole el respeto, pues, en realidad, no la había engañado. Había sido sincero con ella todo el tiempo.

Agregó que la ética y la moral eran temas que consideraba sumamente importantes, y que jamás le mentiría a ella, y menos a él, que era su mejor amigo.

El amigo le pidió disculpas por lo que había dicho, mientras él se mataba de la risa por dentro pensando en la ingenuidad de las personas.

Durante el café, él se percató de que ella lo observaba con mucha atención cuando hablaba.

Ella casi no decía palabra y tomaba su té con sorbos muy lentos (¡es que traen una tetera grande!), en cambio él hablaba sin parar. Incluso no entendía qué le ocurría, pero le había dado por hablar más de lo debido. Tal vez ella estaba hipnotizada por quién era, pensó.

Antes de que se fueran, él le dijo que estaba maravillado de conocerla y haber conversado tanto con ella, que era la primera vez que se enamoraba al instante, y que tenían que reencontrarse muy pronto, pues algo –¡el destino! – los había juntado en ese momento tan mágico.

Ella le respondió rápidamente, sin una mueca de sonrisa:

– Yo no he hablado.

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