CuentoEstructura del Pensamiento

Lo chiquito y lo grande

By 6 enero, 2020 No Comments

Lov3

Ella se había casado cuando tenía veintitantos años, tirado para los treinta, y su matrimonio había durado casi diez años, antes de separarse.

Habían tenido un hijo, que por lo demás era bastante difícil de manejar, pues lo habían consentido mucho con su exmarido, y también guardaba ciertos resentimientos por la separación de sus padres.

Ahora el chico tenía ocho años y a menudo la llamaban del colegio debido a su comportamiento.

¡Que responde mal! ¡Que le grita a la profesora! ¡Que le pegó a un compañero! ¡Que le dio una patada a una niña! ¡Que no presta atención en clases! etc. Eran solo algunos de los frecuentes reclamos que recibía.

Entonces, tenía que llevar a su hijo a sesiones con un psicólogo, con un terapeuta educacional, y todo eso la hacía debatirse entre castigarlo más o pretender que lo entendía y jugaba a la madre comprensiva, pues se sentía culpable de los problemas que el niño mostraba, achacándose la responsabilidad, producto de la separación.

Las coordinaciones con su exmarido para cuidar al chico eran tranquilas, mecánicas y sin mayores contratiempos, ya que ambos lograban conciliar rápidamente sus agendas para evitarse malos ratos y así apoyar al chico en lo que fuera.

Ella tenía pocas amigas –en realidad una– que sabía que estaba lejos de la perfección y tampoco era taaan amiga, pero como habían estudiado juntas le perdonaba miles de cosas. Amigos, casi ninguno. Además, entre el trabajo y todo lo que le demandaba su hijo no le quedaba mucho tiempo para la sociabilidad.

Con la familia, en general, se llevaba bien. Sus padres se habían separado cuando era muy pequeña. Con su madre tenía altos y bajos, pues era muy dominante (igual que ella). Su papá era una figura extraña, apasionado por los automóviles, y, a su manera, se querían mucho, aunque siempre había sido un padre ausente.

Ella había estudiado una carrera relacionada con Administración de Empresas y Finanzas. Ahora trabajaba en el área de logística de una gran empresa de retail y le encantaba lo que hacía y todo lo que le permitía aprender cosas nuevas, necesarias para su labor.

Era final de año y desde su separación le venía un sentimiento de vacío en esa época, medio culposa, triste, con una sensación de derrota. Antes, en cambio, le encantaba Navidad y Año Nuevo, y ahora lo único que quería era que esas fechas pasaran luego.

Ese día se puso a reflexionar qué le había pasado con su primer matrimonio y por qué no había resultado, a pesar de que su ex la quería y ella también a él. Pensó que en algún momento la admiración y respeto por su ex dejó de existir.

Cuando lo conoció, hablaban horas, y le encantaba escucharlo, pero ahora que ella se había transformado en una profesional exitosa, lo escuchaba y le daba pena.

Pensaba que se parecía a algunas personas que trabajaban para ella, que todo lo veían chico y reclamaban de la derecha o de la izquierda, del centro, de arriba o de abajo, pero que nunca se hacían cargo de su visión y de su actuar.

Antes, ella opinaba que él tenía grandes ideas y no notaba que estaba siempre pensando en “chiquito”, en “tono menor”, siempre escudándose en que algo ajeno a su voluntad le impedía avanzar, sin darse cuenta de que el impedimento era él mismo. A menudo hablaba de que sus amigos de la empresa no lo apoyaban con sus ideas. Y ella se hartó de tanta disculpa para justificar su estancamiento.

Pensó también que el problema era que no se la jugaba… no sabía ni ganar ni perder en grande, que, en el fondo, son parte de lo mismo.

Se acordó de que cuando tenía veinte años había llegado a jugar una final en un campeonato de tenis femenino en Chile, pero en el escalafón que la podría haber convertido en profesional, había perdido.

Muchos la criticaron por cómo había jugado, pero no eran capaces de ver que el solo hecho de llegar hasta ahí ya era un gran logro. Además, siempre le remarcaban los errores que había cometido en el juego y nadie miraba que su contrincante había jugado sensacional y que hasta hoy era una de las pocas tenistas profesionales de Chile que jugaba en el circuito ATP internacional.

Fue ese momento, concluyó ella, cuando lo empezó a ver “más que en chiquitito” y que surgió su desamor, la pérdida de la admiración… y pensó (¡qué feo!): ya no me sirve como partner de vida, pues es un tope para mí.

Ella se definía al inicio del matrimonio como poco ambiciosa, y en la medida que descubrió su potencial, no cambió demasiado, sino que se fue aceptando como alguien que tenía muchas aspiraciones de desarrollo intelectual y económico, tanto para sí misma como para su hijo. Y claro, se percató de que siempre sería la “mamá” de su marido, sobándole el lomo para que estuviera bien, teniendo que decirle qué hacer o no.

Cuando por fin se dio la separación, por supuesto había estado presente el dolor, pero no había sido tan desgarrador como se lo imaginó, pues ya conocía a alguien, que no necesariamente estaría con ella, aunque eso no le importaba. Estaba muy esperanzada en que saldría adelante.

Esta persona que ella “tenía en vista” trabajaba en su misma empresa, estaba en el área de ventas de servicios, con un cargo equivalente al de ella, o sea, eran pares, solo que en áreas diferentes.

Ella había averiguado muchas cosas sobre su vida, a pesar de que él mismo no se las diría. Por ejemplo, sabía que estaba casado pero no se llevaba bien con su esposa, que tenía dos hijos de veinte y veinticinco años, que le gustaba mucho caminar y hacer trekking, y otros datos que fue recolectando aquí y allá.

A ella le encantaba conversar con él y no sabía qué le pasaba, pero el tiempo se detenía cuando hablaban, y sin darse cuenta, dos horas se sentían como si hubiesen sido cinco minutos.

Ella fantaseaba con que en un futuro estarían juntos. Y aunque ese día nunca llegara o fuera solamente lo que era, le daba tranquilidad saberse en su compañía.

Pensó que él le regalaba, dentro de su fantasía, la forma como ella debía ser, siempre positiva, aterrizada, constructiva y fuerte. Y lo raro era eso, pues en su presencia ella era otra que no se conocía. Y poco a poco empezaba a convertirse en esa otra persona, viviendo una nueva forma de descubrirse a diario, después de cada encuentro con él.

Cada vez conversaban más sobre la vida y para ella fue inevitable empezar a sentir admiración por su forma de ser, por las cosas que decía y hacía, hasta que se dio cuenta de que creía estar enamorada.

De repente se preguntó cómo había pasado esto, pero no tenía la respuesta; aunque, claro, desde un inicio lo había intuido y temido.

Tuvo el presentimiento de que su vida cambiaría, y pensó que si tras la ruptura de su primer matrimonio todo había salido bien, ¿por qué iba a negar lo que sentía ahora, solo por temor a lo que pudiera ocurrir? Se sabía ganadora, y más si tenía el apoyo de él.

Entonces, en cada encuentro que tenían, ella era más amorosa, más cariñosa, hasta que en algún momento él le confesó que le gustaban mucho sus conversaciones y le propuso que salieran a comer algo después del trabajo.

Ella respondió que le complicaba un poco, porque no tenía con quién dejar a su hijo, pero que vería si su madre podía cuidarlo, pues a veces la ayudaba con eso.

Era un viernes y él avisó en su casa que no llegaría a cenar, ya que tenía una comida con gente de la oficina. Su esposa tampoco estaría – siempre tenía cosas personales que hacer. Así que ella arregló con su madre y finalmente salieron.

Una vez que llegaron al restaurant empezaron a divagar sobre las infinitas cosas que los conectaban –la mayor parte relacionada con el trabajo– y a poco andar, ella le confiesa que está enamorada de él.

Él, muy sorprendido, le dice que no puede creer lo que está oyendo, pues a él le pasa exactamente lo mismo y no pensó que eso fuese posible para ambos.

Entonces se miraron con complicidad sin saber qué hacer, pues no tenían claro qué pasaría con sus vidas a partir de ese momento.

Sí sabían que lo que vendría sería muy complicado, que causaría mucho dolor, como un terremoto, donde algunas construcciones quedan destruidas y otras no, y que al final todo sigue adelante y aquello que pasó acaba transformándose en una nueva normalidad.

Él pidió la cuenta, pagaron y salieron del restaurant.

Ya en la calle caminaron sin saber qué hacer, a pesar de que ambos entendían que lo mejor en ese momento era que cada uno llamara un taxi.

Ella lo tomó por el brazo para despedirse, y cuando estuvo muy cerca, él la miró, perdido en sus ojos. Sus rostros se aproximaron lentamente y se besaron con pasión.

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