Primera Parte por Paul Anwandter
Publicado originalmente en Pnlnet.com
Introducción
Las profesiones influyen en la vida de las personas y los cargos o posiciones laborales lo hacen en la creación de la identidad de las personas, así como también, las actividades laborales tienen significados especiales, colocando a las personas en distintos status sociales.
Algunas veces, la identidad tiene que ver con el origen geográfico, ya que nos gusta generalizar características especiales a distintos pueblos. Otras, la adopción de ciertos comportamientos pasan a forman parte de su identidad y, junto con esto, definen desde con quienes se agrupan hasta su manera de moverse en el mundo.
Las creencias, también, influyen de manera importantísima en la identidad y, al generalizarlas, la persona se proyecta como una derivación de éstas. Copiamos comportamientos para identificarnos con ídolos y cuando esto conduce al bienestar y felicidad de la sociedad, puede impactar lo suficiente como para evolucionarla.
Posturas políticas, al igual que religiones y clases sociales, van formando nuestra identidad y seguimos construyéndola a través de creencias, hasta que, al ser capaces de identificarlas, podemos revertir el proceso y acomodarlas para vivir la vida de la forma como la queremos vivir.
La Identidad, Comportamientos y Contextos
El objetivo de esta propuesta es analizar las diferentes implicancias que nos trae el adoptar ciertos elementos de contexto, variables de comportamiento y suposiciones como parte de nuestra identidad.
Es muy interesante ver cómo las personas, con el fin de colocarse etiquetas, categorías, y diferenciarse entre sí, tienden a utilizar su profesión como un elemento esencial de su identidad.
Ustedes podrán recordar innumerables ocasiones en las que al ser presentados a otra persona, ésta dice: “yo soy abogado”, ” yo soy médico”, ” yo soy arquitecto”, ” yo soy ingeniero”, ” yo soy profesor”, etc.”
Actualmente, cada “profesión” se adquiere por medio de estudios y procesos de aprendizaje formales, los que se inician con la entrada del niño/niña al colegio. La culminación de este proceso escolar del joven adolescente o pre-adulto es el ingreso a la universidad, escuela técnica o formativa de alguna actividad que vaya a desarrollar. Al final de esa etapa, que puede durar entre 2 a 6 años, obtendrá los conocimientos que le permitirán desarrollarse laboralmente en la sociedad, estableciendo así sus metas y objetivos.
Por lo tanto, una vez finalizada la etapa de aprendizaje académica, el individuo tiene derecho a “ser” la profesión (o sea, aquello que va a profesar) elegida.
Sin embargo, en algunas situaciones, no necesariamente la persona que “es” su profesión la ejerce de forma corriente, generándole un conflicto, cuando está en presencia de sus pares, pues él “es”, sin serlo.
También, tenemos el caso de quienes, por una u otra razón, no pudieron “ser” una de esas profesiones y, enfrentados al ” y, qué eres tú?”, sienten una extraña situación por “no” ser.
Es claro que cualquier aprendizaje realizado de forma sistémica y metódica, a lo largo de cierto período de tiempo (en este caso, 2 a 6 años), genera una orientación o estructura de pensamiento.
Por ejemplo, en términos sociológicos, el “ser médico” rápidamente clasifica a una persona en una escala superior, en forma comparativa, a un lustrador de zapatos. El “ser médico”, en ese caso, lo diferencia entre sus pares, llenándolo de orgullo, otorgándole atributos de conocimientos, nivel de remuneración, expectativas y relaciones sociales propias del esfuerzo realizado.
El hecho de creer que somos la profesión que estudiamos es una adopción, asociada a una deformación de nuestro lenguaje, que, finalmente es traducida como posicionamiento relativo en nuestra escala social. Somos mucho más que eso y la profesión es sólo una de tantas cosas que hemos aprendido en la vida que nos permite movernos en el área laboral de una cierta forma!
Muchas personas toman ciertas profesiones como patrones de identidad genérica, ya sea por el que la posee, como por el observador. Es así como nos encontramos, con comentarios sobre alguien que dice: “claro, él es muy cuadrado (o estructurado en el sentido metafórico), es un ingeniero”.
Como pueden darse cuenta, en el ejemplo anterior, la suposición de haber cursado una Escuela de Ingeniería hace que alguien “sea”estructurado. Generalizaciones como ésas, en el ámbito de identidad, existen para muchas profesiones como, por ejemplo, para los abogados, que saben argumentar muy bien; para los arquitectos, que son muy creativos; los científicos, que son muy distraídos, los militares, que son rígidos, etc. etc. O sea, el entrenamiento de un comportamiento generaría identidades o parte esencial de la misma.
Por otro lado, si esas características fueran realmente marcas de identidad, más que eventuales patrones de conducta, tendríamos que los científicos, por ejemplo, serían “siempre” tan distraídos que no podrían realizar nunca sus procesos de creatividad para concretar esa misma creatividad en una obra bien estructurada, o los arquitectos nunca terminarían sus procesos creativos para verlos terminados en una obra de cemento, en tanto que, en la realidad, trabajan mucho más en el proceso de construcción que en el mismo proceso creativo. Los ingenieros, de tan cuadrados, no podrían haber inventado nada de lo que tenemos hoy, etc.
Consecuentemente, tenderíamos a pensar que alguien que no ha pasado por un proceso académico, no debiera tener patrones de identidad tan definidos de forma estandarizada, lo que sería bastante absurdo como conclusión.
El pensar “yo soy lo que hago” es bastante peligroso, pues en el momento que ya no lo estoy haciendo, dejo de ser.
Muchos conocemos a personas con un alto grado de confianza, alegría, coraje y que se identifican como soy “Gerente de X” en la Empresa W. Naturalmente, la Empresa W, cuanto más trabajadores tenga, hace que el ser “Gerente de X” pase a tener un grado de importancia cada vez mayor. Al ocurrir un eventual despido de este Gerente, él deja de “ser” lo que era y pasa a tener menos “importancia”, de acuerdo a su misma percepción.
En muchas ocasiones, lo anterior, ocasiona una baja en la autoestima, por la pérdida de algo que ya no se es, frustración, impotencia, por no haber podido evitar el cambio de estado y, por supuesto, eventuales complicaciones financieras causadas por no ser más el “Gerente de X”.
Distinto es cuando la persona es quien busca un nuevo trabajo que le será más conveniente, donde el ser un nuevo Gerente, Jefe, etc. es entendido como algo más conveniente que lo anterior y, por lo tanto, a nivel de su identidad ganará más con este cambio.
Existen algunas actividades, que, claramente, definen su identidad para algunas personas. Como el ser “dueña de casa”. Esta actividad, con frecuencia, es desvalorizada, pues, si está entendida como identidad, conlleva a suponer que quien es “dueña de casa” no podría, eventualmente, dedicarse a la pintura, música o escribir como hobby. El estereotipo podría llegar a ser el de alguien permanentemente dedicado de forma exclusiva a labores domésticas, cosa que sí así fuese, también tendría, dentro de la escala de nuestra sociedad, desde el punto de vista de intercambio de trabajo versus valores, un grado de retribución implícito, pues explícitamente, como regla general, las dueñas de casa no reciben un salario de sus maridos, por esas labores específicas.
Me gustaría hacer la diferencia entre lo que es la profesión que conlleva a realizar una actividad y solamente una actividad, como tal, sin el profesar lo que se realiza.
En la profesión existe un orgullo implícito en aquello que se realiza o se tiene como actividad, por ejemplo, la actividad que realiza un médico, la que al tratar con la vida humana trae una suerte de relación vertical asociada al poder de la cura y al manejo de las condiciones de un tiempo futuro. Todo esto hace que el individuo que tiene la profesión de médico proyecte externamente, en gran medida, lo que realiza como actividad. Así planteado, su identidad obtendrá un reconocimiento, aceptación y un grado de poder/conocimiento solamente por lo que tiene como actividad.
Como contrapartida, podríamos decir que, dependiendo del extracto social, el tener actividades, que no están directamente relacionadas con el manejo de información o que pudieran ser parte de un medio de vida, no es parte de la identidad, pues la persona sabe que esa actividad es circunstancial y que, eventualmente, si apareciera una circunstancia mejor, podría cambiar de actividad, sin que esto modificara su identidad.
En términos socio-económicos, de igual manera, existirá, sin lugar a duda, la escala de valores donde ciertas actividades darán más “status” que otras, como una necesidad fundamental del ser humano de clasificar y jerarquizar información.
Otro factor muy importante, que reside en la formación de la identidad es el origen del individuo. Por motivo que esté asociado a un país, ciudad, barrio, etc., pudiéramos considerar también como origen la familia y lugar donde ha estudiado.
Es muy interesante notar cómo tendemos a generalizar sobre la identidad de las personas solamente debido a su origen geográfico.
Por ejemplo, en los EEUU existen muchas clasificaciones de “minorías”, que adquieren vital importancia en la época de elecciones, debido a los márgenes muy pequeños con los cuales ést as se deciden.
Así, nos encontramos que ser “latino” en los EE.UU. tiene una cierta connotación negativa, asociado a toda una generalización basada en el comportamiento. En algunos lugares, el “ser” de origen japonés o alemán conlleva a una generalización de personas metódicas, racionales y con un grado de independencia creativa limitada. Ellos mismos tienen muchas veces esa idea sobre su misma identidad.
Claro está que todas esas generalizaciones son sólo una ayuda para protegernos y manejarnos mejor en el mundo en el cual circulamos, pues, sin ningún lugar a duda, cometeremos errores muy grotescos si, de antemano, estamos aceptando ciertas premisas de origen como parte de la identidad.
En el mismo orden de cosas, a aquél que posee el origen, eventualmente, podría, o no, “acomodarle” la adopción de ciertas características propias del mismo. Muchas veces, algunas reglas específicamente funcionales para su contexto, una vez adoptadas, como parte de su identidad, pueden llevar a esta persona a una incomprensión de lo que lo rodea, así como a percibir los sucesos manejando como parámetro de referencia su antiguo contexto.
Por ejemplo, un individuo de origen japonés, acostumbrado a reglas de respeto asociadas a jerarquías (edad, posición, etc.) e, igualmente, a reglas de puntualidad, al encontrarse en un contexto como el de la sociedad Brasileña, donde existe mucho más flexibilidad en las relaciones de edad y flexibilidad en cuanto a la puntualidad, puede sentirse incomprendido, o, también, al mirar su enfoque desde su propio mapa, asumiéndolo como único, criticar la forma como se desenvuelven otras personas que no poseen en su identidad la componente de “origen” japonés.
De la misma manera, podemos percatarnos que, en algunas situaciones, el origen como componente de la identidad puede asumirse según el contexto de forma positiva o negativa y también de forma explícita o implícita, ya sea consciente o inconscientemente. Todas estas variables pueden ser combinadas, generando innumerables posibilidades, como bien se pueden imaginar.
Por ejemplo, en un enfoque positivo, podríamos tener a alguien que reside por muchísimos años en un determinado país que no es el suyo de nacimiento. Sin embargo, el marcado acento de su idioma materno lo hace poseer una característica única de su identidad. Probablemente, a nivel inconsciente, existe el propósito del reconocimiento de su origen como parte de la identidad, de tal manera que ese acento “extranjero” o la forma de hablar sea, rápidamente, reconocida por aquellos con quien hable y sea un símbolo de diferenciación de la identidad.
Como ejemplo contrario, podríamos citar nuevamente a los “latinos” que viven en EEUU y que, en algunas ocasiones, adoptan formas de hablar extremadamente locales, con el objeto de que su “origen” pase desapercibido y ellos parezcan más insertos en la sociedad.
Sus nombres pasan a ser adaptados a la cultura local con conversiones tipo Manuel, que se transforma en Manny, Martín o en Marty, etc. En estos casos, los latinos tienden a mantener una duplicidad en cuanto a origen, pues, en general, de forma explícita, quieren mostrar a los norteamericanos su adaptación en la sociedad estadounidense, pero, por otro lado, mantienen sus raíces y cultura, con hábitos traídos desde su tierra de origen, que se contraponen a la cultura donde desean desarrollarse. La solución a la que han llegado ha sido bastante buena, en términos prácticos, ya que es llevarse a la familia restante, en la medida de lo posible, a los EEUU, empezando a transformar las mismas costumbres que empiezan a ser modificadas por el peso de las estadísticas; en pocas décadas más, quizá, los latinos ya no sean una minoría.
Uno de los factores más comunes que podemos encontrar en lo que se refiere a la identidad es la adopción de ciertos comportamientos generalizados, de manera que aquello que se hace en algunas ocasiones pasa a ser parte esencial del individuo.
Por ejemplo, podríamos tener a una persona que no le gusta estar en ciertos grupos, pero sí con uno o dos amigos solamente. Debido a esto, los demás o él mismo podrían decir que es una persona poco sociable.
En este caso, al existir una cierta “desmotivación” a la aceptación del mapa de las personas que no son de su agrado, esto produce que el juntarse no sea una experiencia placentera, lo cual, a su vez, hace que la afirmación de no ser sociable sea una generalización muy fácil de aceptar, más aún , si, estadísticamente, la cantidad de veces que el individuo no está motivado es superior a las que sí está motivado.
El contraejemplo de que a esta persona sí le motiva estar con sus dos amigos, lleva a pensar que no siempre está desmotivado para juntarse con otras personas. Adicionalmente, podemos considerar que cuando se dan características similares a las reunidas por sus amigos, él sí se motiva ampliamente.
Se podría, entonces, llegar al otro extremo de la situación, en forma hipotética, por supuesto, en donde tendríamos que, si todas las personas que se fueran a reunir con él fueran como sus amigos, él siempre estaría muy motivado para juntarse con personas y, en ese caso, ya tendríamos una contraposición al postulado inicial de su identidad, es decir, que era ser una persona poco sociable y, entonces, pasaría a ser una persona muy sociable!
Como en esencia es la misma persona, la diferencia de su comportamiento está siendo dada por una de las variables, el tipo o características de ellas que las hacen más o menos atractivas para relacionarse con ellas .
Muchas veces, estas etiquetas de comportamiento, al ser adoptadas como parte de la identidad, son, de una manera tremendamente importante, generadoras de direcciones de cómo moverse en el mundo.
Habrán escuchado en más de alguna ocasión a padres de un niño justificar una mala nota obtenida de un ramo escolar, por ejemplo, matemáticas, diciendo: “es que Juanito es malo para las matemáticas”. Hay situaciones en las cuales esto puede ser extendido genéticamente, de tal forma que pudieran decir “… y, también, su abuelo y su padre eran malos para las matemáticas”. En resumen, una dificultad de estudio, o sea, un comportamiento y estrategias de aprendizaje que deben ser revisadas y readecuadas, son transformados en una característica de la identidad del niño, la que, en ciertas ocasiones, trae consigo el peso de la historia. En estos casos, el quebrar lo que ya está rotulado viene a ser una carga adicional al esfuerzo de las modificaciones, para lograr un objetivo. Existe la tendencia a modificar la identidad y, por consiguiente, la cadena que significa abuelo-padre-hijo. Es común que exista un rechazo inconsciente a realizarlo, pues, su voluntad, en general, sería identificarse plenamente con su padre y abuelo.
En otras ocasiones, encontramos personas que, para generar empatía con otro grupo o persona, optan comportamientos que no le son propios, pero que, una vez realizados, la persona o grupo que percibe el comportamiento, tenderá a creer que esa persona “es” de la forma como se comporta. Un buen ejemplo de esto, es el leguaje empleado. Pueden imaginarse cuán fácil puede ser la comunicación entre dos personas (exagerando la situación) de niveles educacionales extremos, digamos entre un profesor de filosofía y un pescador artesanal?
En esta situación, por más que el profesor iguale la forma del lenguaje del pescador, éste último no necesariamente lo considerará como igual, pero, al menos, sabemos, que su nivel de comunicación será muchísimo mejor que si no lo igualara, pues “algo” de todas formas, le quedará en el inconsciente al pescador, dándole a entender que existen puntos en común con el profesor, por mínimos que éstos sean.
Las creencias influyen de una manera importantísima en la identidad de las personas y en las generalizaciones que otras personas pueden hacer con relación a éstas, proyectando, según su mapa, una identidad de la otra persona derivada de esa creencia. El sólo hecho de ser una madre o un padre nos asocia a un papel que posee un cierto estereotipo en nuestra cultura latinoamericana, cuando en otras, existen otros modelos para esos mismos papeles.
En consecuencia, podríamos decir que existe la creencia que el comportamiento de una madre conlleva a tener preocupación, dedicación y amor para con sus hijos. O sea, ella debe ser una madre dedicada, preocupada y amorosa para ellos.
Así, tenemos que nuestra sociedad posee una estructura en la que cada nivel tiene ciertos papeles de comportamientos específicos y que, por otro lado, están asociados a la identidad de la persona en determinados contextos.
Si, al conocer a alguien, este nuevo conocido posee creencias, valores y reglas que me son cercanos o, tal vez, que yo las comparta, lo más probable es que tenga una gran empatía por él y, finalmente, venga a decir que fulano es una persona muy simpática. Estoy considerando el nivel de creencias como el nivel de identidad de la persona.
Me gustaría señalar que, en algunas ocasiones, existe la creencia de que si “copio” o “modelo” un comportamiento de alguien, no sólo estaré actuando como esa persona, sino mucho más, empiezo no sólo a sentirme y, un poco, a ser esa persona, en ese aspecto de comportamiento.
Esta adopción del comportamiento no necesariamente ocurre por una decisión consciente, pero sí, por lo general, de forma inconsciente, debido a la creencia que asocia ciertas respuestas a comportamientos y a los beneficios y retribuciones que pudieran ser obtenidos a través de los mismos.
El “copiar / modelar” comportamientos con la creencia que después serán parte de la identidad es muy usado en el área de negocios y empleado con mucha eficacia en el área terapéutica. En el área de negocios, por ejemplo, se busca desarrollar líderes (identidad) copiando / modelando (comportamientos) el liderazgo de ciertas personas, transfiriendo esas habilidades a otras.
Segunda Parte por Paul Anwandter
Publicado originalmente en Pnlnet.com
Estas, en general, son cantantes, deportistas, actores, ciertos líderes espirituales, etc. En una gran medida, sus creencias y ciertos comportamientos son incorporados en la identidad de estos adolescentes, de tal manera que el marketing, empleando todos los recursos de la media disponibles, sabe cómo propagar creencias que se adopten como identidad y, que se traduzcan en un comportamiento, con una acción específica que lleve a un consumo determinado.
Cuando los resultados de esa adopción de creencias están orientados a producir un bienestar y felicidad del adolescente, así como a respetar su ecología, estos modelos son muy positivos; sin embargo, en algunas ocasiones, los modelos traen consigo soluciones negativas para la ecología, a pesar del beneficio primario que pudiera ser percibido.
Como ejemplo de lo anterior, pudiéramos tener a algún adolescente que, viendo la gran cantidad de películas que emplean y exaltan la violencia como una forma de solucionar problemas y terminar con negociaciones, adoptara una creencia maniqueísta y, a partir de ésta, él, representado el bien, debe hacer “todo” para conseguir lo que espera, llegando un poco a las mismas formas aprendidas en las películas.
Otro ejemplo interesante de adopción de creencias, transformadas en identidad, sería el de los “emuladores”, donde, ya no sólo “copio / modelo” una parte de las creencias y comportamientos, pero sí, tiendo a cubrir la mayor cantidad posible de éstas como una forma de ser en la vida. Podemos encontrar grupos de personas como los hippies, punks, góticos, etc., dentro de este caso.
Deben recordar qué rígidas eran ciertas conductas sexuales al inicio de los años 60 y cómo después, a través de la generación de los hippies, éstos, que fueron desarrollando un proceso de emulación, fueron adoptando esas nuevas creencias que, finalmente, transformaron a las personas produciendo cambios profundos en el comportamiento.
La postura política, en países con un cierto grado de polarización puede ser una forma interesante de cómo ciertas personas, a través de sus creencias, generan una adopción de identidad.
Es común que escuchemos afirmaciones o referencias, tales como “fulano es de derecha” o “es derechista” y “tal es izquierdista” o “el otro” es socialista. Nuevamente, una creencia, en este caso política, define una supuesta identidad.
Debido a eso, en muchas situaciones a algunas personas les cuesta mucho elegir ideas que, eventualmente, les sean mucho más afines, pero que, sin embargo, por venir de un partido que le es contrario no la “pueden” adoptar, pues va contra su identidad. Estas ideas giran en torno sobre lo que él mismo piensa sobre quién es y, también, como referencia a lo que piensan las otras personas sobre quién es él.
Esta pequeña trampa puede llegar a complicar la estructura de pensar, en la medida que no puede estar “libre” para analizar sin sus creencias políticas, olvidando cuál es el principio básico de éstas mismas, para, por otro lado, generar análisis que son dependientes de su identidad, perdiendo, en gran medida “la libertad de pensar”.
Ocurre frecuentemente y, esto ha sucedido a través de la historia, que ciertas posturas políticas (creencias) han generado una presuposición de identidad asociadas a un comportamiento específico.
Aún en muchas partes del mundo, donde existe el concepto político izquierda-centro-derecha, el ser de izquierda se asocia con preocupaciones humanistas, solidaridad social, cultura, salud y educación gratuitas y el concepto de ser de derecha, con el aumento de productividad, eficiencia, frialdad en cuanto a la consideración del hombre, ya que éste debe valerse por sí solo y “pagar” por lo que requiera, siendo éste solamente una parte del engranaje económico.
No es la idea de hacer proselitismo político sobre los beneficios de cada una de las posturas generales existentes, pero sí, mostrar cómo estas creencias llevan a que clasifiquemos a nivel de identidad a otras personas.
Volviendo al ejemplo anterior, una persona con una visión “izquierdista” tendería, al conocer a una persona que es derechista, a encasillarlo de acuerdo al concepto estereotipado existente y podría sorprenderse enormemente si esta persona le presenta una forma “distinta” de ver el mundo, de la que ella esperaba con antelación. Para los que, eventualmente, se quedaron con que eso pasa con los izquierdistas, les comento que es igual para los derechistas, verdes, azules, naranjas, etc.
Posiblemente habrán escuchado decir, ya sea por normas de buen vivir o educación, como quieran llamarlo, que sobre política, religión (para los hombres incluyen, además, fútbol y mujeres) no se debe discutir.
En sí, lo que tenemos es que tanto en política, como en religión, las creencias son adoptadas, la gran mayoría de las veces, como identidad (han visto videos de Irán?) y, al discutir sobre los mismos, las personas sienten que ellos están en este juego de forma asociada – siendo parte de la discusión como personas. Eso explica el por qué de la vehemencia y apasionamiento con el cual se “defienden” (o sea – existe un ataque..) ciertas ideas que fueron adoptadas como creencias.
Según lo ya comentado anteriormente, la religión, al igual que la política, genera un conjunto de creencias que, también, son llevadas a nivel de identidad de la persona.
En muchas situaciones y contextos, por otro lado, la religión no necesariamente es llevada a nivel de identidad, sirviendo más bien como un marco conductual de valores y reglas. A veces, hasta esto está siendo relativizado.
Es así como hoy en día nos encontramos con una gran cantidad de personas que se dicen católicas, para luego adjuntar ” a mí manera”; después, complementan, eventualmente, con “soy más bien cristiana”, incluyendo en esto el concepto como algo bastante general.
Lo mencionado anteriormente podría significar que el conjunto de creencias que viene a definir a un católico, según esta eventual persona, si bien está en el plano de creencias y valores, no es llevado totalmente a nivel de identidad, pues no existe una total aceptación de “todas” las creencias que vendrían a conformar el conjunto que define hoy a un católico y, por lo tanto, se encuentra en un impasse en donde decir “sí, soy católico” y al adjuntar algún tipo de objeción o explicación, deja explícita “el ser a su manera”.
En el caso de las religiones, podemos ver cómo, por ejemplo, la religión Evangélica ha logrado en sus fieles una gran incorporación de lo que son sus creencias y, en ese caso, trasmitiendo en forma acentuada la que es su identidad a sus fieles.
Desde tiempos inmemoriales, la mayoría de los seres humanos, y sus organizaciones han generado estructuras jerárquicas, tales que, finalmente, la clase social viene a definir niveles de identidad de las personas.
Es así, como ya era muy distinto en la época de la Antigua Roma ser hijo de un esclavo a ser hijo de un Senador o de un Tribuno. O, en la Edad Media, haber sido Campesino o señor Feudal. O, en el tiempo de las conquistas, ser de la Corte o sirviente. Como estos ejemplos anteriores, existen muchísimos otros y funcionan de una manera muy similar hasta el día de hoy.
Hace un par de semanas atrás, tuve el infortunio de recibir la “visita” de ladrones en mi casa, quienes tuvieron a bien hacer su trabajo y robaron una considerable cantidad de especies. Una vez llamada la policía, les pregunté si ellos no harían una detección más acabada para encontrar huellas dactilares, etc., a lo que la respuesta fue “en su caso, no será necesario. Ahora, si Ud. fuera un político o un diplomático, sin duda, lo haríamos”.
Naturalmente, agradecí tal muestra de franqueza que me hizo rápidamente remitirme a la escala de la jerarquía social.
Claro está que, en la situación de la jerarquía anterior, asociada al concepto de escala social existe la relación con el poder y éste es un gran motivador para poner a las personas y cosas en movimiento, pues, a través del poder, la vida de las personas en sí puede tener cambios de curso.
Me parece que, además, los factores que han estructurado estas jerarquías sociales, ya sea por existencias de poder, conocimientos, espiritualidad, relaciones, etc., de una u otra manera, siguen totalmente presentes en nuestros días, haciendo que ciertos individuos se asignen o adopten, sin lugar a duda, las características de identidad propia de cada clase o su identidad.
Estoy seguro que han notado la diferencia que hay en el hablar que, eventualmente, posee una persona que se sabe aristócrata, cuya línea familiar tiene cuatrocientos (400) años y una persona cuyo apellido, quizás, puebla treinta páginas de la Guía Telefónica. Esta persona es alguien cuyas creencias asociadas a su “posición”, dentro de la escala social de su medio, la hace tener conciencia del significado implícito (según ella misma ), así como, tener un comportamiento acorde con lo que se espera de su “posición”. Esta referencia podría ser sólo para países con mucha “historia”, no siendo válidos necesariamente para aquellos países más jóvenes que buscan, de alguna manera, aparentar una equidad y horizontalidad en lo que a estructuras y clases sociales se refiere.
Por otro lado, sin embargo, si nos referimos a los EEUU, de igual manera, encontraremos que existe una escala social basada en otros valores, pero no por eso tan distinta a los países con más historia, como los europeos y asiáticos.
En los EE.UU., por ejemplo, su forma de posicionar a una persona pudiera estar muy asociada a los logros, contribuciones o acumulación de bienes que haya realizado, tales como los Kennedy, Vanderbilt, Rockefeller, Morgan, etc.
También, vale, aquí, la pena recordar que, como generadores de escala y clasificación social, tenemos, entre otros, el lenguaje, que traduce de forma inmediata el origen, nivel de educacional, condición socio-económica , estado financiero (en ciertos contextos). También en algunos casos la forma de vestir de las personas, sus modales, etc. Debido a lo anterior, es bueno mencionar que cada uno de los puntos que estamos discurriendo no necesariamente ocurre de forma singular, pero en la gran mayoría de las veces como parte de un sistema.
De esta forma, podemos incluir, también, como elementos adicionales que son llevados a identidad, la educación, el dinero y la etnia.
La educación, de por sí, es un diferenciador rápidamente adoptado como identidad, por el simple hecho de poseerla y que ésta sea adecuada o exceda su capacidad para funcionar de acuerdo a las expectativas que posee el individuo dentro de un determinado contexto.
Acá, podríamos citar parte de los ejemplos que habíamos visto en actividad y las profesiones, pero, me gustaría ampliar, en este caso, dando dos posibilidades adicionales.
El primer ejemplo sería el de un piloto de aviones, cuya escolaridad en el tiempo no necesariamente tiene la complejidad, duración y dificultad que conlleva la formación de un médico, pero que, sin lugar a dudas, por la responsabilidad que se le asigna a su trabajo, al transportar seres humanos, pasa a ser valorada de forma muy importante y, por lo tanto, esta educación que, eventualmente, podría ser considerada en una escala distinta a la del médico, se asume en un nivel de identidad, haciendo que veamos con orgullo como los pilotos visten sus uniformes, al igual que los médicos sus delantales.
El segundo ejemplo tiene que ver con el origen de esa educación y no con la calidad, complejidad o tiempo necesario para administrarla y manejarla.
Me refiero a origen, el “dónde” la persona ha estudiado. Desde temprana edad, en muchos países, se hace una selección para evaluar las capacidades de los niños y, desde ese entonces, están siendo “clasificados” para entrar en una escuela u otra. Así, cuando salen de escuelas públicas, ésas ya tienen sus “escalas” de rendimiento o, eventualmente, se gradúan en colegios particulares, donde se tiene otro “ranking” entre la educación privada comparada con las escuelas públicas.
Esta clasificación de colegios hace que los adolescentes adopten, por más contestatarios que sean, identidades que son acordes con su grupo.
He conocido adolescentes que han estudiado en colegios que son clasificados como colegios de un nivel socio económico alto, que, muy disconformes con los valores de los colegios y grupos de compañeros, tienden a rechazar todo lo que esté asociado a ese concepto, como un sistema. Sin embargo, al expresar lingüísticamente su rechazo y desprecio, emplean un lenguaje que posee sus raíces en todos los años por los cuales fueron educados en ese medio. Entonces, a pesar de lo difícil que es para e/la adolescente percatarse de ello, él/ ella está muy cercano a sus pares.
Así como el “origen” del colegio conlleva a una adopción en su identidad, tenemos que para el mundo laboral, el “origen” de su Universidad también lo clasificará como “siendo” una persona más o menos capaz. Todos sabemos que un titulo de Oxford o Harvard, en nuestros países, tercermundistas, siempre dirá más que los de nuestras queridísimas y excelentes universidades.
El dinero en algunos contextos es un gran diferenciador y éste es rápidamente adoptado como identidad, pues dinero es equivalente a poder y no, necesariamente, como ustedes bien saben, a clase social, de acuerdo a la organización jerárquica de ésta, como categoría.
Por lo tanto, alguien con mucho dinero, según su concepto de mucho dinero, puede creer que, debido a esto, obtendrá mayor aceptación y esto realmente es así, cuando la escala que lo evalúa está solamente relacionada con el poseer dinero.
Si, por otro lado, por ejemplo, alguien que posee mucho dinero busca una transversalidad, puede encontrar que la aceptación pueda llegar a ser muy compleja y costosa, pues para poder obtenerla debe cumplir requisitos de escalas o “clasificaciones” que ya no cumplió, como origen, educación, etc.
Eventualmente, el dinero, podría ” comprar” en “apariencia” la aceptación; sin embargo, en las clasificaciones realizadas a nivel de identidad, la persona no necesariamente es “respetada”, por un acto como éste.
Detrás de los márgenes de aceptación de las clasificaciones de identidad, tenemos que algunas clasificaciones, como parte del sistema, sí son muy bien recibidas, por el contexto que evalúa.
De tal manera, tenemos que en un medio social relativamente pobre, alguien de este medio que logre obtener más dinero que sus pares y mantener un sistema de creencias y lenguaje cercanos al medio, sí será clasificado a nivel de su identidad en forma óptima.
Si esta misma persona, eventualmente, es clasificada dentro de un grupo de profesionales universitarios, cuyo máximo valor es la cultura, que buscan doctorados, etc., el tener el dinero no ayudará a que sea bien evaluado,
De igual forma, en el ejemplo anterior, esta persona no tendría una aceptación en grupos que filtren por origen, etc.; la verticalidad, en este caso, funciona en ambas direcciones.
Un doctor en Física Cuántica de la Universidad de Yale, difícilmente podrá tener aceptación a nivel de identidad, con un grupo de pescadores artesanales u obreros de la construcción.
En contextos en que pudiéramos denominarlos multiétnicos, un factor adicional de identidad es la etnia, a pesar de que es un tema que rápidamente puede llevar a mencionar racismo y sus consecuencias, cosa que no tocaremos en este análisis.
La etnia, a nivel de identidad, marca profundamente la manera de ser de las personas, cuando tienen conciencia de esas diferencias.
Como estas diferencias están muy orientadas a ser comparadas con las personas del contexto en el que se encuentran, siempre se hacen generalizaciones, por un lado, sobre los puntos positivos y, lamentablemente, también, por los negativos, haciendo creer que la genética es un gran determinador en algunos comportamientos que son propios de la identidad adoptada por las creencias existentes.
Nuevamente, podríamos referirnos al ejemplo de los japoneses, donde éstos creen que, por ser japoneses, son más trabajadores que otros pueblos.
Quiero aprovechar y mencionar los grupos de personas, así como agrupaciones totalmente voluntarias, que, finalmente, poseen identidades acordes con ese grupo.
Para empezar, podríamos referirnos a la geopolítica y a las “naciones”, donde el nacionalismo es un buen ejemplo, en que las personas son brasileñas, argentinas, españolas, o francesas, etc.
También, están los equipos deportivos y creo que vale la pena destacar el fútbol, donde las personas son colo-colinas o corintianos, o palmeirenses. Interesante es la asociación que existe entre la mezcla de nacionalismo y fútbol, en la cual, a nivel de identidad, además, funciona un sentido de identidad colectiva. Esto daría para todo un estudio adicional…
Como hemos visto, en el transcurso de estas páginas, es muy interesante cómo los seres humanos van construyendo su identidad en un sistema complejo y rico en alternativas.
Algunas veces, la identidad tiene que ver con el origen, otras, con creencias, etnias, profesiones, actividades, religiones, comportamientos, clases sociales, posturas políticas, dinero, grupos etc.
Lo maravilloso de cómo entretejemos esta red que forma nuestra identidad es cómo, partiendo de ciertas suposiciones, seguimos construyendo otras, otras y otras, hasta tener un conjunto de verdades, que, según mi propio y único concepto, pudiera ser considerado como un lindo juego, que puedo empezar a rehacer nuevamente hasta que podamos vivirlo de una forma mucho más feliz.
Para eso vivimos, cierto?